Para que Claudia Sheimbaum entreue la Presidencia faltan

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jueves, 10 de febrero de 2011

Tequila; producción industrial y mercado globalizado. Estados Unidos en busca de un pretexto para invadir a México.

I
Cuando un producto tradicional hecho de manera artesanal pasa a ser elaborado de manera industrial, su calidad disminuye sensiblemente. Así lo constatamos todos los días los chilangos que solamente disponemos de tortillas hechas con maíz de solodiossabedonde, nixtamalizado industrialmente y hecho en maquina tortilladora y por eso apreciamos tanto las tortillas que eventualmente nos comparten campesinos, tortillas hechas con maíz mexicano cultivado por los mismos campesinos, nixtamalizado artesanalmente, tortillas hechas a mano en comal de barro. Una gran diferencia.

Algo similar está pasando con el tequila, producto emblemático de México,que al ganar mercado internacional, ha despertado la codicia de trasnacionales que se están haciendo cargo de su elaboración y distribución. Las exigencias del mercado globalizado han pulverizado no solamente la calidad del tequila sino también su denominación de origen.

La denominación de origen fue otorgada a la región comprendida entre los municipios de Tequila y Amatitán, pero para satisfacer la demanda se extendió a todo el estado de Jalisco, pronto no fue suficiente la superficie y ahora la dizque zona tequilera abarca, además de Jalisco, los estados de Michoacán, Guanajuato, Nayarit y ¡Tamaulipas!
Aún así no alcanza para satisfacer la demanda y se está embotellando mezcal de Oaxaca con la etiqueta de tequila.
Todo esto reviste un gran fraude pero no es todo , la Norma Oficial Mexicana es tan flexible que se le llama tequila a cualquier marranilla que contenga un 51% de tequila de agave y un 49% de diosabeque meados de burro.
Los detalles de este fraude trasnacional los puedes obtener bajando este audio

II
. De pronto y de verdad, en estos últimos años recibe cada pueblo, a la hora y al minuto, tal cantidad de noticias y tan recientes sobre lo que pasa en los otros, que ha provocado en él la ilusión de que, en efecto, está en los otros pueblos o en su absoluta inmediatez. Dicho en otra forma: para los efectos de la vida pública universal, el tamaño del mundo súbitamente se ha contraído, se ha reducido. Los pueblos se han encontrado de improvise dinámicamente más próximos. Y esto acontece precisamente a la hora en que los pueblos europeos se han distanciado más moralmente.
¿No advierte el lector desde luego lo peligroso de semejante coyuntura? Sabido es que el ser humano no puede, sin más ni más, aproximarse a otro ser humano. Como venimos de una de las épocas históricas en que la aproximación era aparentemente más fácil, tendemos a olvidar que siempre fueron menester grandes precauciones para acercarse a esa fiera con veleidades de arcángel que suele ser el hombre. Por eso corre a lo largo de toda la historia la evolución de la técnica de la aproximación, cuya parte más notoria y visible es el saludo. Tal vez, con ciertas reservas, pudiera decirse que las formas del saludo son función de la densidad de la población: por lo tanto, de la distancia normal a que están unos hombres de otros. En el Sahara cada tuareg posee un radio de soledad que alcanza bastantes millas. El saludo del tuareg comienza a cien yardas y dura tres cuartos de hora. En la China y el Japón, pueblos pululantes, donde los hombres viven, por decirlo así, unos encima de otros, nariz contra nariz, en compacto hormiguero, el saludo y el trato se han complicado en la más sutil y compleja técnica de cortesía, tan refinada, que al extremooriental le produce el europeo la impresión de ser un grosero e insolente, con quien, en rigor, sólo el combate es posible. En esa proximidad superlativa todo es hiriente y peligroso: hasta los pronombres personales se convierten en impertinencias. Por eso el japonés ha llegado a excluirlos de su idioma, y en vez de «tú» dirá algo así como «la maravilla presente», y en lugar de «yo» hará una zalema y dirá «la miseria que hay aquí».
Si un simple cambio de la distancia entre dos hombres comporta parejos riesgos, imagínense los peligros que engendra su súbita aproximación entre los pueblos sobrevenida en los últimos quince o veinte años. Yo creo que no se ha reparado debidamente en este nuevo factor y que urge prestarle atención.
Se ha hablado mucho estos meses de la intervención o no intervención de unos Estados en la vida de otros países. Pero no se ha hablado, al menos con suficiente énfasis, de la intervención que hoy ejerce de hecho la opinión de unas naciones en la vida de otras, a veces muy remotas. Y ésta es hoy, a mi juicio, mucho más grave que aquélla. Porque el Estado es, al fin y al cabo, un órgano relativamente «racionalizado» dentro de cada sociedad. Sus actuaciones son deliberadas y dosificadas por la voluntad de individuos determinados -los hombres políticos- a quienes no pueden faltar un mínimum de reflexión y sentido de la responsabilidad. Pero la opinión de todo un pueblo o de grandes grupos sociales es un poder elemental, irreflexivo e irresponsable, que además ofrece, indefenso, su inercia al influjo de todas las intrigas. No obstante, la opinión pública sensu stricto de un país, cuando opina sobre la vida de su propio país, tiene siempre «razón», en el sentido de que nunca es incongruente con las realidades que enjuicia. La causa de ello es obvia. Las realidades que enjuicia son las que efectivamente ha pasado el mismo sujeto que las enjuicia El pueblo inglés, al opinar sobre las grandes cuestiones que afectan a su nación, opina sobre hechos que le han acontecido a él, que ha experimentado en su propia carne y en su propia alma, que ha vivido y, en suma, son él mismo. ¿Cómo va, en lo esencial, a equivocarse? La interpretación doctrinal de esos hechos podrá dar ocasión a las mayores divergencias teóricas, y éstas suscitar opiniones partidistas sostenidas por grupos particulares; mas por debajo de esas discrepancias «teóricas», los hechos insofisticables, gozados o sufridos por la nación, precipitan en ésta una «verdad» vital que es la realidad histórica misma y tiene un valor y una fuerza superiores å todas las doctrinas. Esta «razón» o «verdad» vivientes que, como atributo, tenemos que reconocer a toda auténtica «opinión pública», consiste, como se ve, en su congruencia. Dicho con otras palabras, obtenemos esta proposición: es máximamente improbable que en asuntos graves de su país la «opinión pública» carezca de la información mínima necesaria para que su juicio no corresponda orgánicamente a la realidad juzgada. Padecerá errores secundarios y de detalle, pero tomada como actitud macrocósmica, no es verosímil que sea una reacción incongruente con la realidad, inorgánica respecto a ella y, por consiguiente, tóxica.
Estrictamente lo contrario acontece cuando se trata de la opinión de un país sobre lo que pasa en otro. Es máximamente probable que esa opinión resulte en alto grado incongruente. El pueblo A piensa y opina desde el fondo de sus propias experiencias vitales, que son distintas de las del pueblo B. ¿Puede llevar esto a otra cosa que al juego de los despropósitos? He aquí, pues, la primera causa de una inevitable incongruencia, que sólo podría contrarrestarse merced a una cosa muy difícil, a saber: una información suficiente. Como aquí falta la «verdad» de lo vivido, habría que sustituirla con una verdad de conocimiento.
Hace un siglo no importaba que el pueblo de Estados Unidos se permitiese tener una opinión sobre lo que pasaba en Grecia y que esa opinión estuviese mal informada. Mientras el Gobierno americano no actuase, esa opinión era inoperante sobre los destinos de Grecia. El mundo era entonces «mayor», menos compacto y elástico. La distancia dinámica entre pueblo y pueblo era tan grande que, al atravesarla, la opinión incongruente perdía su toxicidad Pero en estos últimos años los pueblos han entrado en una extrema proximidad dinámica, y la opinión, por ejemplo, de grandes grupos sociales norteamericanos está interviniendo de hecho...

Es sobrecogedor lo que afirma Ortega y Gasset, especialmente si no perdemos de vista que la opinión de las personas está moldeada por las políticas de los gobiernos y los medios. Tenemos así que a últimas fechas, distintos funcionarios del gobierno de los Estados Unidos han afirmado que en México hay narcoinsurgencia; algunos observadores creen que esto puede deberse a que el gobierno de los Estados Unidos está tratando de generar una corriente de opinión que sea favorable a otorgar más ayuda económica y estratégica al gobierno de Calderón.
Pero a mí me recuerda la propaganda previa a la invasión de Irak en la que el gobierno de Bush afirmaba que el gobierno de Irak estaba fabricando armas nucleares, versión desmentida por la ONU y a pesar de ello fue el pretexto para invadir a Irak.
Si eventualmente en México se instaurara un régimen que no fuera del agrado del gobierno de Estados Unidos ¿no sería la acusación de narcogobierno un pretexto magnífico para invadir a México?

2 comentarios:

Eleutheria Lekona dijo...

Lo que me asombra de este texto de Ortega y Gasset es que pareciera haber sido escrito apenas hace poquísimo tiempo –por cuando afirma que los pueblos han entrado en una proximidad dinámica. En mi opinión, halla vigencia en la actualidad, en ésta, la era del Internet, en donde no sólo la injerencia de un Estado sobre otro -por la globalización- se ha acrecentado, sino que también ciudadanos del mundo podemos estar más cerca unos de otros a través de la Web y enterarnos de primera mano qué pasa en otras latitudes. Mi esperanza –frente al pesimismo propio de la situación- estriba en ese hecho.

Saludos Ernesto,
Eleutheria.

Indio Cacama dijo...

-fue escrito en 1930 y sí es sorprendente su actualidad

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