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¿Qué se va a acabar primero?

lunes, 12 de marzo de 2007


Cuando el atentado a las Torres Gemelas a cada rato se hacía un recuento de las pocas veces que Estados Unidos ha sido atacado en su territorio y siempre surgía el nombre de Pancho Villa.
El pasado 9 de marzo se cumplió un aniversario más de el ataque de Villa a la población norteamericana de Columbus, una más de las multiples anécdotas , pintorescas , trágicas , divertidas , asombrosas de el guerrillero genial.

Un acontecimiento de la biografía del General Villa es la que más llama mi atención.En octubre de 1913, el General Francisco Villa tomó Ciudad Juárez. En diciembre del mismo año, los constitucionalistas ocuparon Chihuahua, y Villa asumió temporalmente el gobierno, durante el breve período en que Villa gobernó Chihuahua fundó más de cincuenta escuelas lo que da un promedio de una diaria , se dice que cuando llegaba a una población decía : "Me construyen aquí una escuela porque ví a muchos niños en la calle". Se dice que Villa era analfabeta , otros dicen que no , otros que aprendió a leer cuando ya era revolucionario , aunque seguramente no leía de corridito , el caso es que , al parecer , esa carencia educativa y cultural le daba al general la visión de que la educación era lo más importante que debía tener un pueblo , de que seguramente de haber una educación de calidad y suficiente para todos no habría habido necesidad de tomar las armas.
Cuando llegó a la Ciudad de México y se tomó la celebre foto sentado en la silla presidencial "nomás pa'ver que se siente", dijo :"Bueno , vámonos muchachitos , esta silla está reservada para alguien con mayor educación que yo , una gran desgracia sería para México que lo gobernara alguien tan inculto como yo". Proféticas fueron las palabras de Pancho Villa , palabras que se cumplieron de 2000 a 2006.Ni modo.

La biografía de Villa escrita por Fiedrich Katz es una de las de más presigio. Pueden leer un artículo de este historiador
aquí

Y aquí pueden leer sobre
Los golpeadores de Calderón

3 comentarios:

Manuel dijo...

Quizás y solo quizás, tendríamos un mejor México si Villa también se hubiera quedado en la silla presidencial más tiempo, por algo sería que dios nos castigo el exceso de riquezas naturales con malos gobernantes. Pero en fin en el mundo no hay gobernantes cultos, hay culto a los gobernantes. (Y conste que no dije nada del peje, ni les recordé que hay que desvelarse)

carlos dijo...

qué buen pecs el Villa, me cayó bien. Creo que, en ese caso, era más inteligente que Focs, porque reconocía que no era suficientemente culto como para gobernar. Focs hubiera dicho "Culo?! No mestés alburiando!"

ah, me acordé de un artículo que tiene Charly Monsy acerca de la crónica latinoamericana (LINK), donde cita una crónica de Martín Luis Guzmán exactamente sobre ésto. Te pego la cita, porque también está boneeeto =P
ái va:




No subimos por la escalera monumental, sino por la de Honor. Cual portero que enseña una casa que se alquila, Eufemio iba por delante. Con su pantalón ajustado, de ancha ceja en las dos costuras exteriores con su blusa de dril —anudada debajo del vientre— y con su desmesurado sombrero ancho, parecía simbolizar, conforme ascendía de escalón en escalón, los históricos días que estábamos viviendo: los simbolizaba por el contraste de su figura, no humilde, sino zafia, con el refinamiento y la cultura de que la escalera era como un anuncio. Un lacayo del palacio, un cochero, un empleado, un embajador, habrían subido por aquellos escalones a su oficio y armónica dentro de la jerarquía de las demás dignidades. Eufemio subía como un caballerango que se cree de súbito presidente. Había en el modo como su zapato pisaba la alfombra una incompatibilidad entre alfombra y zapato; en la manera como su mano se apoyaba en la barandilla, una incompatibilidad entre barandilla y mano. Cada vez que movía el pie, el pie se sorprendía de no tropezar con las breñas; cada vez que alargaba la mano, la mano buscaba en balde la corteza del árbol o la arista de la piedra en bruto. Con sólo mirarlo a él, se comprendía que faltaba allí todo lo que merecía estar a su alrededor, y que, para él, sobraba cuanto ahora lo rodeaba.
Pero entonces una duda tremenda me saltó. ¿Y nosotros? ¿Qué impresión produciría, en quien lo viera en ese mismo momento, el pequeño grupo que detrás de Eufemio formábamos nosotros: Eulalio y Robles con sus sombreros tejanos, sus caras intonsas y su inconfundible aspecto de hombres incultos; yo con el eterno aire de los civiles que a la hora de la violencia se meten en México a políticos: instrumentos adscritos, con ínfulas de asesores intelectuales, a caudillos venturosos, en el mejor de los casos, o a criminales disfrazados de gobernantes, en el peor?
Ya en lo alto, Eufemio se complació en descubrirnos, uno a uno y sin fatiga, los salones y aposentos de la Presidencia. Alternativamente resonaban nuestros pasos sobre la brillante cera del piso, en cuyo espejo se insinuaban nuestras figuras, quebradas por los diversos tonos de la marquetería, o se apagaba el ruido de nuestros pies en el vellón de los tapetes. A nuestras espaldas. El tla-tla de los huaraches de dos zapatistas que nos seguían de lejos recomenzaba y se extinguía en el silencio de las salas desiertas. Era un rumor dulce y humilde. El tla-tla cesaba a veces largo rato, porque los dos zapatistas se paraban a mirar alguna pintura o algún mueble. Yo entonces volvía el rostro para contemplarlos: a distancia parecían como incrustados en la amplia perspectiva de las salas. Formaban una doble figura extrañamente lejana y quieta. Todo lo veían muy juntos, sin hablar, descubiertas las cabezas, de cabellera gruesa y apelmazada, humildemente cogido con ambas manos el sombrero de palma. Su tierna concentración, azorada y casi religiosa, sí representaba allí una verdad. Pero nosotros, ¿qué representábamos? ¿Representábamos algo fundamental, algo sincero, algo profundo, Eufemio, Eulalio, Robles y yo? Nosotros lo comentábamos todo con el labio sonriente y los sombreros puestos.
Frente a cada cosa Eufemio daba sin reserva su opinión, a menudo elemental y primitiva. Sus observaciones revelaban un concepto optimista e ingenuo sobre las altas funciones oficiales. "Aquí —nos decía— es donde los del gobierno platican". "Aquí es donde los del gobierno bailan", "Aquí es donde los del gobierno cenan". Se comprendía a leguas que nosotros, para él, nunca habíamos sabido lo que era estar entre tapices ni teníamos la menor noción del uso a que se destinan un sofá, una consola, un estrado; en consecuencia, nos ilustraba. Y todo iba diciéndolo en tono de tal sencillez, que a mí me producía verdadera ternura. Ante la silla presidencial declaró con acento de triunfo, con acento cercano al éxtasis: "¡Ésta es la silla!" Y luego, en su rapto de candor envidiable, añadió: "Desde que estoy aquí, vengo a ver esta silla todos los días, para irme acostumbrando. Porque, afigúrense nomás; antes siempre había creído que la silla presidencial era una silla de montar." Dicho esto, se dio Eufemio a reír de su propia simpleza, y con él reímos nosotros...

Indio Cacama dijo...

Sí es muy bonita la anécdota y tiene un gran fondo simbólico porque de hecho la silla presidencial ha sido una silla de montar.

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