¡Indio!
Por Luis González de Alba
Nunca, nunca, nunca dejará de haber insultos en el futbol y otros deportes. Tampoco es deseable, son parte del ambiente en los estadios, como la cerveza. Al defensa que deja pasar un delantero, su afición le gritará ¡Pendeeejo!; habrá mentadas para el delantero que alentábamos y, zas, pierde el balón... Le gritarán ¡puto! al que juegue sucio contra los nuestros... Todo mundo sabe más: la jugada debió ir por la banda opuesta, el pase debió ser a otro jugador: el mundo de los expertos. Está bien.
¿Cuánta gente le gusta que haga el coro de ¡puutooo! en el estadio Azteca un domingo de Guadalajara-América? Lo hacen ambos bandos, así que la suma anda por los 100 mil. Hagamos un ejercicio de imaginación: la selección de México juega contra la de España en Madrid. El portero mexicano despeja y el estadio se estremece: ¡Indiooo!; el defensa mexicano gana el balón: ¡Indiooo!; el delantero mexicano elude la defensa de España y 100 mil españoles gritan: ¡Indiooo!
Ahora, ¿cómo se siente usted? Cámbielo por judío, negro y chino. ¿Es parte de la emoción del juego?
Hay una atenuante en ese grito: indio no siempre es un insulto. No lo es cuando decimos que Benito Juárez fue un presidente indio. Que algunas culturas indias hicieron notables observaciones de los movimientos celestes. No lo es cuando hablamos de bordados oaxaqueños, árboles de la vida y soles de Metepec.
Pero es raro el caso en el que puto no se diga con, al menos, desprecio. No siempre es sinónimo de homosexual. En cosas o situaciones no tiene ni sombra de connotación sexual: “Tanto puto canal y nada qué ver…”. “Llevo dos putas horas con este puto dolor”. Dicho a un hombre tampoco es, necesariamente, referencia homosexual: Qué puto rajón eres; qué puto chismoso es tu hermano. Hasta lo podemos usar: “Putos que no cogen… a chingar a su madre…”, decía el inolvidable amor que me dio momentos de diamante vueltos con los años perlas tristes (paráfrasis de Pellicer).
Sexual o no, es insulto. Coreado por un estadio, no quiero imaginar lo que hace al jovencito al que ya le gusta el guapo de su escuela y sabe cuál será el grito de acoso de los gandayas (con Y por lo explicado hace días)
Fuente: Milenio. Columna de Luis González de Alba
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