El programa se compone de una mesa de tres personas, una de ellas, Verónica Medina, se confiesa fanática de los Beatles; otra, Mario Mendez Acosta, se declara seguidor moderado y la tercera persona, Sergio Berlioz, dice que no le gustan los Beatles. Esta tercera opinión me pareció muy interesante porque el maestro Berlioz es un músico de conservatorio, compositor, musicólogo y fue asistente del célebre director Leonard Bernstein, es decir su opinión está bien fundamentada en el conocimiento, lo cual no es fácil de encontrar hoy por hoy, así que hay que tomar su opinión con mucho respeto, de entrada recomienda el libro del filósofo español José luis Pardo Esto no es música. El malestar de la cultura de masas
A lo largo de muchos años he ido coleccionando descalificaciones a los Beatles expresados por personas que en su mayoría, me pareció, no sabían de que estaban hablando, la más antigua que recuerdo denostaba el hecho de que el Imperio Británico les hubiera otorgado una condecoración. ¿Por qué a los Beatles?-decía-¿Había otros más, por qué no a los Rolling? Creo que una de las razones por las que se les otorgó tal condecoración fue porque la cantidad de discos que se vendieron de los Beatles contribuyó de manera significativa a nivelar la balanza de pagos de Gran Bretaña, en apuros económicos por ese entonces. Pero el tiempo se encargó de pulverizar esta descalificación un tanto viceral, ya que después se le ha otorgado la misma condecoración a otras rockstars como Elton John, Robert Plant, Jimmy Page, etc.
Otra descalificación fue Me caen gordos porque siempre dicen que su época fue mejor que la del Rocanrol. Todos los presentes se rieron esa vez porque ¡los Beatles tocaban rocanro! El descalificador arguyó: pues ese rocanrol no me gusta. Y la verdad es que eso ya es otra cosa, me parece más respetable que alguien exprese que no le gustan a que simplemente se les descalifique con cualquier pretexto.
Años despúes, en el extinto foro darketo se abrió un tema con respecto a los Beatles y de allí recuerdo otras descalificaciones:
-Los Beatles eran pura propaganda, había otros grupos mejores y no les hicieron caso por darle cartel a los Beatles.
Evidentemente el darketo que esto dijo no sabía de que hablaba, no sé si había algún grupo mejor que los Beatles entre 1963 y 1970, que es el periodo en el que estuvieron activos como Beatles, pero sí había grupos muy buenos y a todos se les hizo caso y se les dió el lugar que con su calidad se ganaron. Grupos como los Rolling Stones, los Animales, Who, Birds, Doors, etc, tuvieron lo que su música mereció y nunca se les relegó por favorecer a los Beatles.
Otra más: Si no hubieran existido Little Richard, Chuck Berry y los Beach Boys los Beatles no hubieran sido nada. Esto es una gran verdad, pero quien la expresó lo dijo como descalificación pues tenía una estructura de pensamiento muy rígida (se decía nazi) y consideraba un crimen el que los acontecimientos sean una realidad dialéctica. ¡Claro que los Beatles tenían influencias de los artistas mencionados! ¡Todos las tienen! Me pregunto si los metaleros (era su música favorita) reinventaron toda la música. Los Beatles no sólo tenían influencia de las estrellas rocanroleras de su adolecencia, en su música resuenan ecos de música folk, de blues, de ragtime, de boleros de Consuelito Velázquez, y a decir del maestro Berlioz de música isabelina, aunque también se puede reconocer a Mozart. ¿Y?
Otra que recuerdo la expresó mi amigo Carlos: Los Beatles son lo más anti-merol que he escuchado Eso sí, las primeras canciones de los Bealtes tenían letras que se pueden considerar ñoñas, no fue sino hasta que conocieron a Bob Dylan que se empezaron a preocupar por la calidad de sus letras, pero tanto en las del principio como en las de etapas posteriores sus canciones tenían mensajes positivos, claro el amor y blablablá, nada destructivo, nada merol.
Entiendo el proceso que da origen a los subgéneros más sórdidos del rock en boga desde mediados de los 70; el punk, el black metal, etc. Son movimientos que nacen de esceptisimo acerca de la bondad humana, son la resaca de los 60 en la que hubo una generación que intentó cambiar al mundo y fracasó y con ese fracaso engendró una generación displiscente, sin esperanza (no fate), con un malestar interno que lejos de expresarse políticamente lo hace violentando su entorno. Generación que no la ha tenido fácil, que ha crecido en medio de crisis económicas recurrentes, con carencia de todo.
Pero un momento, a ver, la generación de los Beatles también se las vió duras, de hecho los integrantes de los Beatles llegaron al mundo en medio de los bombardeos nazis a Inglaterra, una bomba destruyó medio hospital justo cuando John Lennon nacía allí; la infancia de esta generación se desarrolló en ciudades devastadas, con escasés de todo, niños que jugaban a encontrar las bombas nazis que no estallaron pero que seguían activas, una generación con la experiencia cercana de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, una generación con miedo y carencias. ¿Cómo es que esta generación cante: Lo podemos solucionar, Déjalo ser y Todo lo que necesitas es amor y la siguiente cante: odia, viola, mata a tu madre?
Tal vez la respuesta la tenga el sobreviviente a un campo de concentración nazi Viktor Frankl:
Y ahora, en el último capítulo dedicado a la psicología de un campo de concentración, analicemos la psicología del prisionero que ha sido liberado. Para describir las experiencias de la liberación, que han de ser personales por fuerza, reanudaremos el hilo en aquella parte de nuestro relato que hablaba de la mañana en que, tras varios días de gran tensión, se izó la bandera blanca a la entrada del campo. Al estado de ansiedad interior siguió una relajación total. Pero se equivocaría quien pensase que nos volvimos locos de alegría. ¿Qué sucedió, entonces?
Con torpes pasos, los prisioneros nos arrastramos hasta las puertas del campo. Tímidamente miramos a nuestro derredor y nos mirábamos los unos a los otros interrogándonos. Seguidamente, nos aventuramos a dar unos cuantos pasos fuera del campo y esta vez nadie nos impartía órdenes a gritos, ni teníamos que apresurarnos en evitación de un golpe o un puntapié. ¡Oh, no! ¡Esta vez los guardias nos ofrecían cigarrillos! Al principio a duras penas podíamos reconocerlos, ya que se habían dado mucha prisa en cambiarse de ropa y vestían de civiles. Caminábamos despacio por la carretera que partía del campo. Pronto sentimos dolor en las piernas y temimos caernos, pero nos repusimos, queríamos ver los alrededores del campo con los ojos de los hombres libres, por vez primera. "¡Somos libres!", nos decíamos una y otra vez y aún así no podíamos creerlo. Habíamos repetido tantas veces esta palabra durante los años que soñamos con ella, que ya había perdido su significado. Su realidad no penetraba en nuestra conciencia; no podíamos aprehender el hecho de que la libertad nos perteneciera.
Llegamos a los prados cubiertos de flores. Las contemplábamos y nos dábamos cuenta de que estaban allí, pero no despertaban en nosotros ningún sentimiento. El primer destello de alegría se produjo cuando vimos un gallo con su cola de plumas multicolores. Pero no fue más que un destello: todavía no pertenecíamos a este mundo.
Por la tarde y cuando otra vez nos encontramos en nuestro barracón, un hombre le dijo en secreto a otro: "¿Dime, estuviste hoy contento?"
Y el otro le contestó un tanto avergonzado, pues no sabía que los demás sentíamos de igual modo: "Para ser franco: no."
Literalmente hablando, habíamos perdido la capacidad de alegrarnos y teníamos que volverla a aprender, lentamente.
Desde el punto de vista psicológico, lo que les sucedía a los prisioneros liberados podría denominarse "despersonalización". Todo parecía irreal, improbable, como un sueño. No podíamos creer que fuera verdad. ¡Cuántas veces, en los pasados años, nos habían engañado los sueños! Habíamos soñado con que llegaba el día de la liberación, con que nos habían liberado ya, habíamos vuelto a casa, saludado a los amigos, abrazado a la esposa, nos habíamos sentado a la mesa y empezado a contar todo lo que habíamos pasado, incluso que muy a menudo habíamos contemplado, en nuestros sueños, el día de nuestra liberación. Y entonces un silbato traspasaba nuestros oídos —la señal de levantarnos— y todos nuestros sueños se venían abajo. Y ahora el sueño se había hecho realidad. ¿Pero podíamos creer de verdad en él?
El cuerpo tiene menos inhibiciones que la mente, así que desde el primer momento hizo buen uso de la libertad recién adquirida y empezó a comer vorazmente, durante horas y días enteros, incluso en mitad de la noche. Sorprende pensar las ingentes cantidades que se pueden comer. Y cuando a uno de los prisioneros le invitaba algún granjero de la vecindad, comía y comía y bebía café, lo cual le soltaba la lengua y entonces hablaba y hablaba horas enteras. La presión que durante años había oprimido su mente desaparecía al fin. Oyéndole hablar se tenía la impresión de que tenía que hablar, de que su deseo de hablar era irresistible. Supe de personas que habían sufrido una presión muy intensa durante un corto período de tiempo (por ejemplo pasar un interrogatorio de la Gestapo) y experimentaron idénticas reacciones. Pasaron muchos días antes de que no sólo se soltara la lengua, sino también algo que estaba dentro de todos nosotros; y, de pronto, aquel sentimiento se abrió por entre las extrañas cadenas que lo habían constreñido.
Un día, poco después de nuestra liberación, yo paseaba por la campiña florida, camino del pueblo más próximo. Las alondras se elevaban hasta el cielo y yo podía oír sus gozosos cantos; no había nada más que la tierra y el cielo y el júbilo de las alondras, y la libertad del espacio. Me detuve, miré en derredor, después al cielo, y finalmente caí de rodillas. En aquel momento yo sabía muy poco de mí o del mundo, sólo tenía en la cabeza una frase, siempre la misma: "Desde mi estrecha prisión llamé a mi Señor y él me contestó desde el espacio en libertad."
No recuerdo cuanto tiempo permanecí allí, de rodillas, repitiendo una y otra vez mi jaculatoria. Pero yo sé que aquel día, en aquel momento, mi vida empezó otra vez. Fui avanzando, paso a paso, hasta volverme de nuevo un ser humano.
El desahogo
El camino que partía de la aguda tensión espiritual de los últimos días pasados en el campo (de la guerra de nervios a la paz mental) no estaba exento de obstáculos. Sería un error pensar que el prisionero liberado no tenía ya necesidad de ningún cuidado. Debemos considerar que un hombre que ha vivido bajo una presión mental tan tremenda y durante tanto tiempo, corre también peligro después de la liberación, sobre todo habiendo cesado la tensión tan de repente. Dicho peligro (desde el punto de vista de la higiene psicológica) es la contrapartida psicológica de la aeroembolia. Lo mismo que la salud física de los que trabajan en cámaras de inmersión correría peligro si, de repente, abandonaran la cámara (donde se encuentran bajo una tremenda presión atmosférica), así también el hombre que ha sido liberado repentinamente de la presión espiritual puede sufrir daño en su salud psíquica.
Durante esta fase psicológica se observaba que las personas de naturaleza más primitiva no podían escapar a las influencias de la brutalidad que les había rodeado mientras vivieron en el campo. Ahora, al verse libres, pensaban que podían hacer uso de su libertad licenciosamente y sin sujetarse a ninguna norma. Lo único que había cambiado para ellos era que en vez de ser oprimidos eran opresores. Se convirtieron en instigadores y no objetores, de la fuerza y de la injusticia. Justificaban su conducta en sus propias y terribles experiencias y ello solía ponerse de manifiesto en situaciones aparentemente inofensivas. En una ocasión paseaba yo con un amigo camino del campo de concentración, cuando de pronto llegamos a un sembrado de espigas verdes. Automáticamente yo las evité, pero él me agarró del brazo y me arrastró hacia el sembrado. Yo balbucí algo referente a no tronchar las tiernas espigas. Se enfadó mucho conmigo, me lanzó una mirada airada y me gritó:
"¡No me digas! ¿No nos han quitado bastante ellos a nosotros? Mi mujer y mi hijo han muerto en la cámara de gas —por no mencionar las demás cosas— y tú me vas a prohibir que tronche unas pocas espigas de trigo?"
Sólo muy lentamente se podía devolver a aquellos hombres a la verdad lisa y llana de que nadie tenía derecho a obrar mal, ni aun cuando a él le hubieran hecho daño. Tendríamos que luchar para hacerles volver a esa verdad, o las consecuencias serían aún peores que la pérdida de unos cuantos cientos de granos de trigo. Todavía puedo ver a aquel prisionero que, enrollándose las mangas de la camisa, metió su mano derecha bajo mi nariz y gritó: "¡Qué me corten la mano si no me la tiño con sangre el día que vuelva a casa!" Quiero recalcar que quien decía estas palabras no era un mal tipo: fue el mejor de los camaradas en el campo y también después.
Aparte de la deformidad moral resultante del repentino aflojamiento de la tensión espiritual, otras dos experiencias mentales amenazaban con dañar el carácter del prisionero liberado: la amargura y la desilusión que sentía al volver a su antigua vida.
La amargura tenía su origen en todas aquellas cosas contra las que se rebelaba cuando volvía a su ciudad. Cuando, a su regreso, aquel hombre veía que en muchos lugares se le recibía sólo con un encogimiento de hombros y unas cuantas frases gastadas, solía amargarse preguntándose por qué había tenido que pasar por todo aquello. Cuando por doquier oía casi las mismas palabras: "No sabíamos nada" y "nosotros también sufrimos", se hacía siempre la misma pregunta. ¿Es que no tienen nada mejor que decirme?
La experiencia de la desilusión es algo distinta. En este caso no era ya el amigo (cuya superficialidad y falta de sentimientos disgustaban tanto al exclaustrado que finalmente se sentía como si se arrastrara por un agujero sin ver ni oír a ningún ser humano) que le parecía cruel, sino su propio sino. El hombre que durante años había creído alcanzar el límite absoluto del sufrimiento se encontraba ahora con que el sufrimiento no tenía límites y con que todavía podía sufrir más y más intensamente.
Cuando hablábamos de los intentos de infundir en el prisionero ánimo para superar su situación, decíamos que había que mostrarle algo que le hiciera pensar en el porvenir. Había que recordarle que la vida todavía le estaba esperando, que un ser humano aguardaba a que él regresara. Pero, ¿y después de la liberación? Algunos se encontraron con que nadie les esperaba.
Desgraciado de aquel que halló que la persona cuyo solo recuerdo le había dado valor en el campo ¡ya no vivía! ¡Desdichado de aquel que, cuando finalmente llegó el día de sus sueños, encontró todo distinto a como lo había añorado! Quizás abordó un trolebús y viajó hasta la casa que durante años había tenido en su mente, quizá llamó al timbre, al igual que lo había soñado en miles de sueños, para encontrarse con que la persona que tendría que abrirle la puerta no estaba allí, ni nunca volvería.
Allá en el campo, todos nos habíamos confesado unos a otros que no podía haber en la tierra felicidad que nos compensara por todo lo que habíamos sufrido. No esperábamos encontrar la felicidad, no era esto lo que infundía valor y confería significado a nuestro sufrimiento, a nuestros sacrificios, a nuestra agonía. Ahora bien, tampoco estábamos preparados para la infelicidad. Esta desilusión que aguardaba a un número no desdeñable de prisioneros resultó ser una experiencia muy dura de sobrellevar y también muy difícil de tratar desde el punto de vista del psiquiatra; aunque tampoco tendría que desalentarle; muy al contrario, debiera ser un acicate y un estímulo más.
Pero para todos y cada uno de los prisioneros liberados llegó el día en que, volviendo la vista atrás a aquella experiencia del campo, fueron incapaces de comprender cómo habían podido soportarlo. Y si llegó por fin el día de su liberación y todo les pareció como un bello sueño, también llegó el día en que todas las experiencias del campo no fueron para ellos nada más que una pesadilla.
La experiencia final para el hombre que vuelve a su hogar es la maravillosa sensación de que, después de todo lo que ha sufrido, ya no hay nada a lo que tenga que temer, excepto a su Dios.
¿Tiene razón la generación que escogió el nihilismo en descalificar a la que escogió la esperanza? Creo que esta pregunta no tiene sentido pues al nihilista no le interesa ni siquiera tener razón.
La descalificación más reciente que he escuchado es: los Beatles son los coca-cola del rock. No sé bien a bien que se trata de expresar con esto, tal vez que los Beatles son dulces hasta el empalago y a la larga tanta azúcar resulta tóxica, lo que me recuerda otra descalificación del foro darketo: Los Beatles han deformado el gusto de cuatro generaciones y contando. Es curioso, cuando los Beatles surgen ya hay toda una música exclusiva de la juventud, fonómeno que generaciones anteriores no conocieron pues por muchas décadas los hijos escuchaban la música que escuchaban su padres y no había conflicto alguno, pero después de la 2a Guerra Mundial los jóvenes empezaron a formarse hábitos y expresiones distintos a los de sus padres, se abría la brecha generacional, pero los Beatles unificacan a las generaciones, después de 50 años del debut de los Beatles en la Caverna, generaciones que entonces no estaban ni en proyecto de nacer escuchan y gustan de la música de los Beatles y hay a quien esto no le gusta.
5 comentarios:
Yo creo que en relación a la música, más que opinar, vale sentir (sin que lo último excluya lo primero). Los Beatles podrán ser un producto de la cultura de masas –personalmente, creo que lo son-, pero eso no te impide a gozar de su música, a apreciarla para rechazarla o acogerla. En el arte, se ve cumplido uno que parece un milagro: trasciende su origen, sus causas. En cuanto a las personas que no gustan de la música del cuarteto de Liverpool, muy libres están de así sentir y, por supuesto, de así opinar (en lo personal, sus denuestos me parecen innecesarios e inútiles).
Vamos a suponer que el destino de los pueblos queda determinado por las decisiones de unos cuantos grupos, vamos a suponer que más allá de la homogeneización de que somos objeto las masas, de esta homogeneización que es cultural, social, psicológica, etcétera, no hay cabida a más expresiones que las que nos imponen a través de los mass media desde este siglo (pienso que expresiones culturales de gran belleza y pureza nacen, crecen y se reproducen al margen de la cultura de masas, como sucede en algunos pueblos). Entonces, si los sujetos quedamos marcados por los acontecimientos históricos y ello determina los gustos y, en general, el perfil de las generaciones, pues, bueno, aceptando esta asunción, creo que la generación después de los Beatles –la de los setentas que es la de mis padres y que vio nacer este sórdido sonido llamado punk- posee muchísimas más razones para haberse insertado en el nihilismo. Una, llana y obvia: ¿cómo es que después del horror de la segunda guerra vuelve el hombre a la barbarie y vuelve con más fuerza y denuedo, en la forma opresiva en como volvió durante esa década, la de la guerra de Vietnam, la de la imposición del sistema monetarista, la del golpe de Estado a Allende, la que generó las condiciones para hacer de la década de los ochentas la década de las intervenciones? La Segunda Guerra Mundial es paradigmática en sus dimensiones. La cantidad de sus muertos, la eficacia de sus armas de destrucción, la colosal bomba atómica con que fueron muertos miles de civiles en Hiroshima y Nagasaki, sus campos de concentración que lo mismo oprimieron a eslavos que a disidentes, a judíos que a homosexuales, etcétera. Pero, ¿de veras después de 1945 terminó la guerra?, ¿no el hombre, durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, ha estado inmerso en constantes guerras? Guerras económicas, guerras frías, guerrillas, guerras alimentarias, guerras de hambre. Combate del hombre contra el hombre. Guerras.
Una característica del hombre de este siglo y que en buena parte es resultado de las filosofías que nos legaron Nietzsche y los existencialistas, es nuestra tendencia a desacralizar viejos dogmas, viejos tabúes, las llamadas verdades absolutas. Me parece que con el correr del tiempo esta tendencia se acrecienta y que –en lo general- al paso de las décadas nos alejamos más de estos sistemas rígidos de creencias y costumbres que, sin embargo –y voy a tener la honestidad de reconocerlo a pesar de declararme atea- dan asidero a los hombres frente a la soledad que les propina ser testigos de tantísima destrucción. Así que, muy a pesar de la terrible desazón que experimentaron los europeos de la posguerra –sobre todo ellos-, creo que su desazón era menor que la de posteriores generaciones (con la globalización, eso sí, también se ha globalizado la cuota de desazón, los ánimos).
Muy interesantes los textos de Víctor Frankl, gracias.
Por cierto, creo que decir que los Beatles son la Coca-Cola del rock, equivale a decir que son un producto de la cultura de masas (como la Coca). Así lo interpreto.
Saludos, Eleutheria.
Gracias Eleu, de hecho el maestro Berlioz termina por reconocer que, sin gustarle la música de los Beatles, hay calidad musical y literaria en su obra. Es verdad son un producto de la cultura de masas pero un producto muy singular pues sintetizan aspiraciones muy elevadas, insospechables en las masas, pero que se tuvieron y si las hubo seguramente se mantienen en la reserva de lo que los psicoanalistas llamarían el subconciente colectivo y creo que vale la pena tomar en cuenta eso.
de verdad meda pena con nuestro president de la reoublica xk el se encargo de modernizar el mundo pero nunca penso en los pobres k no temos trabajo xk desgraciadament no estamos preparaods
de verdad meda pena con nuestro president de la reoublica xk el se encargo de modernizar el mundo pero nunca penso en los pobres k no temos trabajo xk desgraciadament no estamos preparaods
¿te sientes bien amigo?
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