...viendo de frente a Juárez: a la izquierda
La conformación en brigada de esta agrupación nos remite de inmediato a 1968 cuando los estudiantes se organizaron en brigadas para enfrentarse al gobierno y sus aliados; había brigadas para conseguir dinero (boteo), para repartir volantes, para conseguir apoyos en los sindicatos, colonias populares, hubo brigadas que llegaron a tener su propia ambulancia, de tal manera que desesperaron a Díaz Ordaz por no poder controlar tanta movilidad, iniciativa y creatividad desplegada. No es raro que Para leer en libertad se haya conformado en brigada pues PIT II fue activista en 1968.
La Brigada Para leer en libertad convocó a las editoriales para que llevaran a la Alameda Central todos sus saldos, así que era posible comprar libros de a tres por $10.00 , a ver ¿cuánto te cuesta un refresco o unos cigarrillos? , con eso te llevas media docena de libros que te dejarán algo de provecho y no sustancias tóxicas como los chescos y los tabiros.
En realidad no tenía mucho tiempo para recorrer todas las mesas de libros, pero logré adquirir tres; uno de Orwell, la Constitución actualizada y El cura Hidalgo y sus amigos de Paca Ignacio Taibo II que me ha dejado muchos temas para reflexionar en futuros posts.
Por hoy quiero dejar aquí una viñeta del libro de PIT II que me ha producido cierto impacto:
Tenía 32 años y sólo había sido un engranaje menor en la conspiración. Pequeño comerciante de Querétaro, Epigmenio González era propietario de un taller ubicado en su casa de la calle de San Francisco. Junto a su hermano, que se llamaba (claro está) Emeterio, fabricaba las astas para las lanzas, y ayudado por unos coheteros ya habían manufacturado unos dos mil cartuchos.
Cuando la onspiración fué denunciada, su nombre fue uno de los primeros en salir a la luz y el día 15 de septiembre los alguaciles registraron su taller, encontrando un haz de largos palos y un hombre rellenando de pólvora unos cartuchos, dos escopetas, dos espadas y una lanza. Antes de ser detenido Epigmenio tuvo tiempo de enviar un mensajero a los conspiradores de Guanajuato. Luego llegaron los gendarmes y a jaloneos y empujones se lo llevaron a la cárcel.
Mientras los acontecimientos de todos conocidos se sucedían, los participantes en la conspiración detenidos cayeron en un lamentable rosario de entregas, debilidades, vacilaciones y peticiones de perdón y clemencia.
Epigmenio fue uno de los pocos que conservó la dignidad y no denunció a nadie. Detenido en la Ciudad de México mientras esperaba el proceso, participó en la conspiración de Ferrer. nuevamente fue descubierto y condenado a cadena perpetua en el régimen de trabajos forzados y enviado al fuerte de San Diego en Acapulco, donde enfermó y quedó baldado. La humedad de los calabozos y los malos tratos hicieron que empeorara su condición. Más tarde fué deportado a Manila, donde siguió en régimen carcelario con una condena de por vida.
Desde lejos, siempre desde lejos asistió como espectador impotente a los alzamientos y los fracasos del largo rosario de combates de la guerra civil. Cuando en 1821 la defección de Iturbide y su alianza con Guerrero consumaron militarmente la Independencia, Epigmenio seguía en prisión. Los españoles no reconocieron la nueva república y mantuvieron en cárcel y reclusión a los presos políticos, a los que no admitían en su nueva calidad de mexicanos. No sería sino hasta 1836 cuando se firmó la pospuesta paz, que Epigmenio fué liberado.
Había pasado 27 años en las prisiones imperiales. La liberación resultó tan terrible como la cárcel, sin dinero, enfermo, sin poderse pagar el viaje para retornar a México, por fin consiguió de las autoridades locales pasaje para España y allí, tras mucho peregrinar, un comerciante se compadeció de sus desventuras y le prestó los dineros.
Se podían contar ya 28 años fuera de su país. Cuando al fin llegó a Querétaro, de sus viejas amistades, de los conspiradores originales, no quedaba nadie, ni siquiera su parentela le había sobrevivido, con la excepción de una anciana tía.
Se acercó al nuevo gobierno y le preguntaron: ¿Y usted quién es? Y Epigmenio González contestó muy orgulloso: "Yo soy uno de los Padres de la Patria, el primer armero de la revolución." Y le dijeron: "No, como va a ser, la lista oficiales: Hidalgo, allende, Aldama, Morelos... Para ser Padre de la Patria hay que morir de una manera gloriosa y estar en la lista oficial. Usted no está en la lista..."
Terminó su vida como velador de un museo, olvidado de todos, abandonado hasta de sus recuerdos. Afortunadamente un periodista curioso lo decubrió en 1855 y Epigmenio narró al diario La Revolución su apasionante historia.
Mientras termino de escribir esta notita pensando en Epigmenio González, me juro que he de colaborar a reparar el error, y cada vez que repase la lista oficial: Hidalgo, Guerrero, Morelos, Mina...,añadiré a Epigmenio.
Paco Ignacio Taibo II.
¡Muera el mal gobierno!
2 comentarios:
y aún con esas indicaciones de seguro me perdía ¬¬'... ojalá hubiera podido ir
perdidos están los que no siguen esas indicaciones.
Publicar un comentario