Dicen que, en los estudios de Hollywood, la máxima Sólo Dios y Steven Spielberg saben qué demonios quiere el público se repite con gran frecuencia. De tan difundida, la frase es casi un dicho popular. Y sabemos que no podemos confiar demasiado en lo que afirman los dichos populares. Sólo que, en este caso, la verdad de la sentencia se ve ratificada por unívocos resultados de taquilla.
De la cámara maestra de Spielberg, llegó la semana pasada otra superproducción que hará historia. La novela La guerra de los mundos, de H. G. Wells, precursora de la literatura (o, más bien, subcultura) alien, ha sido llevada nuevamente a la pantalla.
Algunos comentaristas aseguran que Wells pretendió hacer con ella una crítica al imperialismo británico. Es la primera obra en retratar a los extraterrestres no como conjunto de seres primitivos y dominables, sino como civilización tecnológicamente avanzada y superior en fuerzas.
A fines del siglo XIX -marco temporal de la novela-, Inglaterra es el país más poderoso de la Tierra. Nadie piensa que algún enemigo puede destruirla. Sin embargo, a lo largo de la trama, se torna vulnerable frente a la inesperada amenaza exterior. La tesis de Wells parecería ser que no hay ningún estado omnipotente. Poniendo a Inglaterra como víctima de la invasión y la colonización extraterrestre, subvierte, además, el rol que desempeñó tantas veces en el escenario mundial. Esta vez, la nación invadida y colonizada es ella. Tal vez Wells esperaba provocar en los lectores cierta identificación a futuro con los países que sufren la opresión ajena, cierta empatía, y el rechazo creciente hacia la sumisión de los pueblos en general.
Los atentados del 7 de julio en Londres (lamentables y dignos de repudio, ni falta hace remarcarlo), surgen también del conflicto entre dos bandos que se sienten muy diferentes entre sí (la organización terrorista Al Qaeda, que al momento es quien reivindicó los golpes, e Inglaterra, como representante de una de las potencias mundiales que llevan adelante políticas de intervención). La novela refleja, en algún punto, este enfrentamiento y muestra cómo los papeles pueden revertirse, de forma que -finalmente- ninguna de las partes resulta indemne.
Nada menos que el genial Orson Welles (y de este episodio surge la habitual confusión entre los dos personajes) tomó el libro como base para una serie radiofónica. La adaptación -que salió al aire en 1938- se interpretó con gran realismo y fue emitida como noticiario de carácter urgente. Generó tal terror entre los oyentes (parte del público creyó que de verdad los marcianos estaban invadiendo la Tierra), que todavía las escenas de p&ánico (*) vuelven como anécdotas, y se sigue recordando que hubo quienes llegaron a suicidarse antes de que el primer capítulo terminara.
Tomado del Boletín de Libros en Red.
* No se les ha quitado a los gringos lo exagerado y lo paranoico , y esta actitud se evidencia aún más si la comparamos con la reacción del pueblo inglés ante los atentados del 7 de julio : una muestra notable de la flema británica
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