En Robles Domínguez y Bizet

Si no te has vuelto loco, seguro que poco te falta. ¿Cómo no enloquecer bajo el ardiente sol del último dia del verano? ¿Cómo no volverse loco en medio del estruendo de motores y el asfixiante humo de los escapes? Por eso no dejas de ladrar. Por eso no dejas de jalar la correa atada a tu pescuezo, asegurada tan arriba de la barda de alambre para que no te bajes del camellón al arroyo, pero que no te permite bajar el hocico a la inexistente bandeja de agua. Todos se molestan con tus ladridos. Pero nadie denuncia el maltrato. Solamente un transeunte poco habil en el uso del celular intenta una foto para subirla al Facebook y evidenciar a las bestias que allí te pusieron. Pero la imagen es tan borrosa que prefiere escribir estas líneas.