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¿Qué se va a acabar primero?

miércoles, 25 de noviembre de 2015

El poder de la música

Ayer leí esto:

"Se refería de él, el siguiente caso. Había cometido un hurto, y al detenerle los campesinos le dijeron:
-¡La cosa está clara! ¡Vamos a ahorcarte! Eres incorregible.
El acusado arguyó:
-¡Vamos, hermanos, no hagais tantos remilgos! Habéis recuperado lo que os robé; luego nada habéis perdido; además hay siempre un medio de adquirir nuevos bienes, pero, ¿dónde encontraríais un hombre como yo? ¿Quién os va a distraer cuando yo no esté aquí?
-Basta de palabras- le replicaron.

Y lo condujeron al bosque donde iba a ser ahorcado. Mientras caminaba, púsose a cantar. Al principio, sus aprehensores siguieron indiferentes, pero poco a poco iban refrenando el paso, llegaron por fin, al bosque; la soga estaba dispuesta, pero todos esperaron a que terminara la última canción, mas entonces los campesinos se decían unos a otros:
¡Que cante otra vez! Será su rezo de agonizante.

Y así entonó otra canción, y luego otra, hasta la salida del sol, los campesinos miraban en torno de ellos; un nuevo día, radiante, iba surgiendo en el horizonte: Miguone, con la sonrisa en los labios, esperaba tranquilamente la muerte. Los campesinos experimentaron un sentimiento de verg[uenza.
-Que se vaya a todos los diablos-dijeron-..."


Máximo Gorki. Mis confesiones (fragmento).

Curiosamente después escuché en el programa que Otto Cázeres tiene en Radio UNAM, la historia medieval de dos hermanos iconoclastas que lograron reunir a una buena cantidad de hombres y lograron convencerlos de destruir las imágenes religiosas de un convento cercano. Cuando los hermanos iconoclastas y la multitud llegó al convento, las monjas se disponían a cantar un coro de alabanza a Dios. Al escuchar el canto, la gente empezó a calmarse. Poco a poco se iban sentando y embelezados escucharon todos los cantos de las monjas y se olvidaron de lo que allí los había llevado.

Estas dos historias me hicieron cavilar por largo rato y en un momento se me ocurrió la idea de que si al frente de algún contingente de manifestantes marchara por lo menos un cuarteto de cuerdas, tal vez podrían conjurar una posible represión. O tal vez podría hacerse al contrario, que en vez de granaderos, las autoridades enviaran músicos y cantantes para apaciguar a provocadores y anarquistas, tal vez se obtendrían mejores resultados.

Pero también hay historias en el que el poder de la música es empleado para objetivos aviezos, como aquel mito de las sirenas y como en la novela aquella de Isaac Asimov, Fundación, en la que un mutante llamado el Mulo, conquista las civilizaciones inerplanterias sometiéndolas con el influjo de un extraño instrumento musical.

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