Terminé de leer "Esclavas del Poder de Lydia Cacho, libro que me produjo pesadillas que soñé dormido y despierto al verme sumergido en lo más oscuro de la maldad humana; aquella que despoja a las personas de toda empatía ante el dolor ajeno y convierte a la gente en objetos utilizables, desechables y reemplazables a bajo costo. Este libro ha ratificado mi tesis acerca de que cuando se considera que hay algo más importante que la vida y la dignidad humana son posibles las peores atrocidades.
En el tema del libro se revela que un montón de psicópatas ha esclavizado a una multitud de personas que van desde recién nacidos hasta adultos de todas las edades y los ha sometido a violaciones sin fin y degradaciones inhumanas.
Este libro me ha puesto de frente ante la realidad de que la naturaleza humana es descarnadamente cruel, pero todavía me queda un resquicio de esperanza en que dentro del equipamiento evolutivo de nuestra especie haya una dotación importante de solidaridad, compasión y amor, supongo que eso bien podría llamarse fé; mi personal fé en el ser humano.
Pero si leer este libro produce pesadillas, ¿qué habrá sido escribirlo?
Dejo que sea la misma Lydia Cacho quien responda esta pregunta:
"A veces, después de transcribir veintenas de entrevistas, no podía seguir escribiendo. Las emociones en mi cuerpo eran oleadas de escalofrío, hambre, falta de apetito, sed, insomnio, sueño. La indignación fluía a través de largos suspiros y charlas conmigo misma: ¿qué más se puede decir ante esto?¿Cómo doy a conocer estos testimonios sin hacer una exaltación pornográfica del dolor? En aquel momento venía a mi mente la sensación del calor de las manitas de las niñas uzbekas que me "acariñaban" en el frío de la noche, o recordaba la sonrisa y el asombro de los soldados afganos a quienes les obsequié una bolsa de galletas, que aceptaron como si fuera un kilo de oro molido.
En ocasiones miraba la pantalla de mi computadora y me sentía harta. Entonces salía al jardín a jugar con mis perritos y, acariciándolas, intentaba quitarme de la cabeza las preguntas punzantes: ¿Hasta cuando evolucionaremos?¿Qué carajos le pasa a nuestra raza que resulta incapaz de usar su poder para aliviar el dolor? Nada, ni las perras, ni las hortalizas, ni los árboles respondían.
Volvía a mis apuntes y grabaciones y leía en mi diario: me quedaba asombrada ante la capacidad de las personas para reconstruir los hechos, para narrar su experiencia y darle un nuevo significado con el fin de enfrentarse al dolor y el sufrimiento. Me sentía azorada por los mecanismos empleados por las sociedades para normalizar una de las formas más poderosas de violencia. la colonización del cuerpo a cambio de unas monedas para tener comida; un moderno, sutil y efectivo dispositivo del exterminio del derecho al amor y al erotismo de millones de mujeres y niñas."
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