Para que Claudia Sheimbaum entreue la Presidencia faltan

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viernes, 15 de marzo de 2013

¡Y aun dicen que el pescado es caro!

Cuando cursé la secundaria había cada año un certamen de declamación en el que me gustaba participar. En mi grupo escolar había un compañero que al leer en voz alta lo hacía de manera tan defectuosa que los profesores no se explicaban como podía haber llegado a la secundaria si leia como un niño de primero de primaria. La profesora de Español citó a la madre de este compañero y le explicó el problema, le sugirió que lo pusiera a leer diariamente por una hora por lo menos para que mejorara su lectura en voz alta.
Lo que la maestra no sabía es que la madre de ese compañero era una verdadera arpía, una Condesa Bathory y esa hora diaria de lectura era un suplicio para mi compañero de clase porque cada que se equivocaba o titubeaba (y eso era a cada palabra) se llevaba un chingadazo.
Pero la técnica de la arpía funcionó y en poco tiempo mi compañero mejoró tanto su lectura en voz alta y la maestra de Español quedó tan impresionada con esto que inmediatamente le dió un poema para que lo aprendiera y participara en el certamen de declamación.
Las sesiones de adiestramiento eran de pura hilaridad en el salón de clase porque (ahora que encontré el poema lo sé) el poema era larguísmo y el compañero no pasaba nunca del título y lo decía con la entonación equivocada porque parecía que estaba preguntando cuando el sentido, como podrás ver si lo lees, no es pregunta. Para acabarla, la voz le estaba cambiando y cada vez que lo decía nos cagábamos tanto de la risa que terminamos por darle el mote de "El Pescado" al compañero que mejoró su lectura a punta de chingadazos maternos.

He aquí el poema:

"¡Y aún dicen que el pescado es caro!

Al genial artista Joaquín Sorolla

I

Cuatro tablas unidas a una peña
Que borda con espuma el mar rugiente,
Una red y una barca muy pequeña,
Y un chiquitín, rubillo y sonriente,
Durmiendo en pobre cuna…
Compendian: el amor de los amores,
La dicha, el bienestar y la fortuna
De humildes y sencillos pescadores.

II

Cuando entre nubes de zafir y grana
Despierta el rojo sol con la mañana.
Por buscar la comida de su hijuelo,
Entonando dulcísimos cantares,
el ave cruza la extensión del cielo,
Y, raudo como el ave, el barquichuelo
Surca las olas de los turbios mares.

III

Cuando mueren del sol los resplandores,
Cuando el lucero de la tarde brilla,
Con trémulos fulgores,
Desgarrando los velos de la bruma,
A su nido retorna la avecilla,
Y, también como el ave, la barquilla,
Entre montañas de bullente espuma,
Retorna al nido que labró en la orilla.

IV

Y en el nido roquero
Donde gozoso el pajarillo canta,
Y en el modesto hogar que se levanta,
Sobre peñón costero,
El pájaro y el hombre
Gustan los goces del amor fecundo,
Inefable placer, dichas sin nombre,
Que ni comprende ni adivina el mundo.

V

Y los pescados de rosáceo brillo
Que saltan en las mallas de las redes,
Y las cuatro paredes
Que cobijan el sueño de un chiquillo
Y el chasquido del tronco que se quema
Y del hogar las plácidas canciones…
Son las notas vibrantes del poema
Que riman al latir dos corazones.

VI

Mas, a veces, la joven pescadora
Retorna a su cabaña
Al despuntar la aurora,
Y tris llanto su pupila empaña,
Y se nubla su rostro bondadoso,
Al pensar en su esposo
Que lucha con las olas, denodado,
En combate infecundo,
Para obtener un poco de pescado
Que apenas si se vende en el mercado,
Pues dice que es muy caro todo el mundo.
………………………………………….

VII

Cuando entre nubes de zafir y grana
Despierta el rojo sol con la mañana,
Ya no sale a la pesca el barquichuelo;
Y cuando el astro de la tarde brilla
Sobre el azul del cielo,
Ya tampoco retorna la barquilla
Cual ave errante de cansado vuelo
Buscando el nido que labró en la orilla.

VIII

Ya las tablas unidas a la peña
Que el mar rugiente azota,
Y la barca pequeña
Por el empuje de las aguas rota,
Y la modesta cuna
Compendio del amor de los amores…
Féretros son que encierran la fortuna
De humildes y sencillos pescadores.

IX

Ya los pescados de rosáceo brillo
No bullen en las mallas de las redes;
Ya las cuatro paredes
Son el lecho de muerte de un chiquillo
Que agoniza, cual débil pajarillo,
Falto de pan y dulces afecciones;
Ya en el hogar un tronco no se quema,
Y el rugir de los fieros aquilones
Es la fúnebre nota del poema
Que rimaron dos nobles corazones.

X

Perdida la razón, la pescadora
Regresa a su cabaña
Al despuntar la aurora,
Y triste llanto su pupila empaña;
La mujer llora
La muerte de su esposo idolatrado,
Y, contemplando un cesto de pescado,
Exclama con dolor acre y profundo:
“Dos vidas ha costado:
Y al quererlo vender en el mercado,
¡Aun me dice que es caro todo el mundo!

Marcos Rafael Blanco Belmonte"

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