Tengo muchas cosas que decirle a mi nieto, el único problema no es que todavía no nazca, el problema es que ni siquiera ha sido concebido. Esa me parece una buena razón para no quererme morir en por lo menos los próximos 20 años a pesar de mi diabetes, aunque no parece lo suficientemente buena para justificar el título de esta entrada.
Es por eso que he entresacado algunas citas de <i>La Rebelión de las masas</i> de Don José Ortega y Gasset para que sea él quien lo explique:
<blockquote>La historia es la realidad del hombre. No tiene otra. En ella se ha llegado a hacer tal como es. Negar el pasado es absurdo e ilusorio, porque el pasado es «lo natural del hombre y vuelve al galope». El pasado no está ahí y no se ha tomado el trabajo de pasar para que lo neguemos, sino para que lo integremos.
Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infínitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral. Además, la persistencia de estos calificativos contribuye no poco a falsificar más aún la «realidad» del presente, ya falsa de por sí, porque se ha rizado el rizo de las experiencias políticas a que responden, como lo demuestra el hecho de que hoy las derechas prometen revoluciones y las izquierdas proponen tiranías.
(...)cree Francia, y por irradiación de ella casi todo el continente, que el método para resolver los grandes problemas humanos es el método de la revolución, entendiendo por tal lo que ya Leibniz llamaba una «revolución general», la voluntad de transformar de un golpe todo y en todos los géneros. Merced a ello, esta maravilla que es Francia llega en malas condiciones a la difícil coyuntura del presente. Porque ese país tiene o cree que tiene una tradición revolucionaria. Y si ser revolucionario es ya cosa grave, ¡cuán más serio, paradójicamente, por tradición! Es cierto que en Francia se ha hecho una gran revolución y varias torvas o ridículas; pero si nos atenemos a la verdad desnuda de los anales, lo que encontramos es que esas revoluciones han servido principalmente para que durante todo un siglo, salvo unos días o unas semanas, Francia haya vivido más que ningún otro pueblo bajo formas políticas, en una u otra dosis, autoritarias y contrarrevolucionarias . Sobre todo, el gran bache moral de la historia francesa que fueron los veinte años del Segundo Imperio se debió bien claramente a la botaratería de los revolucionarios de 1848, gran parte de los cuales confesó el propio Raspail que habían sido antes clientes suyos.
En las revoluciones intenta la abstracción sublevarse contra lo concrete; por eso es consustancial a las revoluciones el fracaso. Los problemas humanos no son, como los astronómicos, o los químicos, abstractos. Son problemas de máxima concreción, porque son históricos. Y el único método de pensamiento que proporciona alguna probabilidad de acierto en su manipulación es la «razón histórica». Cuando se contempla panorámicamente la vida pública de Francia durante los últimos ciento cincuenta años, salta a la vista que sus geómetras, sus físicos y sus médicos se han equivocado casi siempre en sus juicios políticos, y que han sabido, en cambio, acertar sus historiadores.
Al método de la revolución opone el único digno de la larga experiencia que el europeo actual tiene a su espalda. Las revoluciones, tan incontinentes en su prisa, hipócritamente generosa, de proclamar derechos, han violado siempre, hollado y roto el derecho fundamental del hombre, tan fundamental, que es la definición misma de su sustancia: el derecho a la continuidad. La única diferencia radical entre la historia humana y la «historia natural» es que aquélla no puede nunca comenzar de nuevo. Köhler y otros han mostrado cómo el chimpancé y el orangután no se diferencian del hombre por lo que, hablando rigorosamente, llamamos inteligencia, sino porque tienen mucha menos memoria que nosotros. Las pobres bestias se encuentran cada mañana con que han olvidado casi todo lo que han vivido el día anterior, y su intelecto tiene que trabajar sobre un mínimo material de experiencias. Parejamente, el tigre de hoy es idéntico al de hace seis mil años, porque cada tigre tiene que empezar de nuevo a ser tigre, como si no hubiese habido antes ninguno. El hombre, en cambio, merced a su poder de recordar, acumula su propio pasado, lo posee y lo aprovecha. El hombre no es nunca un primer hombre: comienza desde luego a existir sobre cierta altitud de pretérito amontonado. Éste es el tesoro único del hombre, su privilegio y su señal. Y la riqueza menor de ese tesoro consiste en lo que de él parezca acertado y digno de conservarse: lo importante es la memoria de los errores, que nos permite no cometer los mismos siempre. El verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores, la larga experiencia vital decantada gota a gota en milenios. Por eso Nietzsche define el hombre superior como el ser «de la más larga memoria».
Romper la continuidad con el pasado, querer comenzar de nuevo, es aspirar a descender y plagiar al orangután. Me complace que fuera un francés, Dupont-Withe, quien, hacia 1860, se atreviese a clamar: «La continuité est un droit de I'homme: elle est un hommage à tout ce qui le distingue de la bête».
«La revolución devora a sus propios hijos.» «La revolución comienza por un partido mesurado, pasa en seguida a los extremistas y comienza muy pronto a retroceder hacia una restauración», etcétera, etc. A los cuales tópicos venerables podían agregarse algunas otras verdades menos notorias, pero no menos probables, entre ellas ésta: una revolución no dura más de quince años, período que coincide con la vigencia de una generación.
Quien aspire verdaderamente a crear una nueva realidad social o política necesita preocuparse ante todo de que esos humildísimos lugares comunes de la experiencia histórica queden invalidados por la situación que él suscita.</blockquote>
Otra recomendación sobre el tema la encuentran en este enlace Cuando terminen de leer el texto anoten "revolución" en el recuadro de arriba a la derecha que dice ¿buscas? y encontraran más argumentos que explican la inutilidad d las revoluciones.
4 comentarios:
"el derecho fundamental del hombre, tan fundamental, que es la definición misma de su sustancia: el derecho a la continuidad"
Jaja, esto creo es la cereza del pastel de irracionalidad que resulto ser este post.
Por cierto, citar a personajes tratando de obtener algun tipo de autoridad en el tema es inutil, sigue siendo irracional.
La continuidad a la que se refiere Ortega y Gasset es la que permite a los pueblos aprender de sus errores y para ello se necesita tiempo, las revoluciones no le dan tiempo a los pueblos de aprender.
Por otra parte, podría haber anotado un resumen de todas estas ideas y no decir de donde las saqué para no parecer "irracional", pero no sería honesto.
Ok concuerdo en nombrar al autor, aun asi, me sigue pareciendo irracional. Las revoluciones SON necesarias, hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes es estupido.
Concordaria con la continuidad si esta fuera en condiciones justas para todos, pero mantener el Status Quo en beneficio de unos cuantos es simple egoismo o en el mejor de los casos Miedo a lo desconocido.
Es claro que se corre un riesgo, pero en mi opinion vale la pena, lee Ernesto: VALE LA PENA. Ademas, la revolucion de la que hablo no tiene que ser un acto violento, recuerda que Francia tuvo su revolucion industrial, la cual no fue la Panacea, pero SI un paso adelante a la evolucion (atraves de la revolucion).
ok, para que dos personas discutan primero tienen que estar de acuerdo y cuando se habla de Revolución se entiende matar a la mitad de los mexicanos e instaurar una utopía que dure lo que un pedo. Pero si estás hablando de un proceso pacífico entonces el asunto que hay que dilucidar es por donde empezar. En realidad acudir a votar no es hacer lo mismo una y otra vez (iniciar revoluciones sí), porque de lo que se trata es de ir escalando estancias de organización, primero solamente votas, después te involucras en las campañas, luego te mantienes vinculado y organizado con otras personas para lograr objetivos específicos en bien de la comunidad; esto no es hacer siempre lo mismo.
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