La vida no vale nada
si en todas partes me llaman
y yo sigo aquí cantando
cual si no pasara nada
Pablo Milanés
En septiembre de 1985 yo vivía en Cuautitlán, el día 19 me desperté pocos minutos después de las 7 de la mañana pero no pude levantarme, la cama se movía y me hacía perder el equilibrio en cuanto trataba de incorporarme. Oí a alguien gritar afuera. ¡Está temblando, está temblando!
Después de la sacudida me dispuse a realizar mis labores de costumbre y así , ocupado, no me enteré de la magnitud del evento hasta la noche, quise llamar por teléfono a mi familia en la Cd de México (entonces no era para nada común que alguien portara un teléfono celular), pero ningún teléfono servía, por eso mejor esperé hasta la mañana siguiente para regresar con mi familia en la Delegación Iztapalapa.
Los compas de la UNAM ya se estaban organizando en brigadas para colaborar en las labores de rescate y aprovisionamiento pero yo quería saber primero de mi familia y mi familia de mí. Una vez en casa se me reclamó por no comunicarme; no sirven los teléfonos -expliqué-.
Los compas de las brigadas estaban trabajando arduamente , pero en el negocio familiar requería de mi colaboración así que no pude participar en ninguna brigada y eso me ha avergonzado todos estos años.
Una nueva oportunidad para participar implicaría que mucha gente sufriera, por eso no me gustaría tener otra oportunidad, pero de ocurrir espero estar a la altura de las circunstancias.
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