No quieren detenerlo porque el narcotráfico es probablemente el negocio más jugoso en la historia del país --- ni Pemex ni las remesas ni el turismo le ganan; vaya, seguro que ni se le acercan. Ningún gobierno con dos dedos de frente va a intentar erradicar el negocio que mantiene una parte mayoritaria del PIB del país, de un país ya de por sí con millones de pobres. Más bien, su primera prioridad es que el negocio le dé dinero al gobierno ---se llaman "impuestos", pero esto solamente funciona cuando el negocio es legal. La segunda prioridad es que el negocio involucre una derrama de dinero y de creación de empleos, que es precisamente lo que hace el narco.
El pequeñísimo problema es que el narco es un negocio violento. Tiene como daños colaterales esos molestos efectos: muertes, torturas, corrupción, tomar el lugar del Estado, diversificar sus negocios ilegales e igualmente sanguinarios. E involucra, por supuesto, la creación de figuras con un enorme poder económico, social y político --- porque nadie seriamente puede negar que el narco lleva años financiando campañas electorales: del PRI, del PAN, y de MORENA (y de otros, quizá). Ya ni hablar de la corrupción de autoridades: del PRI, del PAN, y de MORENA.
Esta violencia es la que no le gusta a ningún gobierno. Se ve mal: hay fotos y hay videos, hay estadísticas; son muy mala publicidad para el país y para el gobierno, aquí adentro y sobre todo, allá afuera. México tiene un nivel de violencia como cualquier otro país en guerra: si hasta Ucrania llega a estar menos mal en términos de mortalidad, parece.
Lo que al gobierno le gusta del narcotráfico es su dinero, pero no la mala publicidad que implica. Por eso su sueño húmedo es domarlo. Por eso, innegablemente, Calderón pactó con el Cartel de Sinaloa: porque buscaba que el cartel más grande y poderoso del país controlara el narcotráfico. Con el monopolio de la droga, no habría razón para enfrentarse con un competidor. Como la competencia en los mercados negros no se rige (por definición) por la ley, hay muchos incentivos para regirse por la violencia. Pero sin competencia, el monopolio no tendría razón para la violencia. La paz reinaría, pero se mantendría el negociazo. La "pax narca": el sueño húmedo de todo gobierno en un narco-Estado.
Ya sabemos en qué acabó esa historia. Pero el gobierno de AMLO la quiere repetir. AMLO es tan testarudo que, al parecer, piensa que a él sí le funcionará. Mientras muchos morenistas usan recursos del crimen organizado para sus campañas, AMLO abraza a la mamá del Chapo y se niega a perseguir narcotraficantes; incluso habla bien de ellos en sus conferencias. Y con perseguirlos, no me refiero a matarlos a balazos: la estructura financiera del narcotráfico está intacta, los negocios florecen. Incluso, Anabel Hernández y otros periodistas han documentado los negocios del gobierno con empresas legales que son máscaras del Cartel de Sinaloa.
En un mercado fragmentado y estructurado por la violencia, los carteles se reproducen como hongos en época de lluvia, por más que sólo uno tenga el espaldarazo del Estado. Esto implica que la "pax narca" no prosperará. No hay tal cosa: es un espejismo, o mejor dicho: es un delirio. No puede existir un gobierno mexicano realmente transformador hasta que acepte la dura verdad: para salir del infierno de la violencia, el gobierno debe aceptar que el narco-Estado debe terminar. México no puede seguir basando una enorme parte de su economía en ser el productor y transportador de la droga que consumen los estadounidenses (y otra buena parte del mundo).
Debemos aceptar que el narcotráfico es un negocio indomable y dejarlo ir: erradicarlo financiera, social, y políticamente, antes que violentamente, aún sabiendo todo el dinero que representa. Ningún gobierno que se niegue a aceptar esa dura realidad podrá acabar con la pesadilla.
Desafortunadamente, negarse a recibir dinero del narco pone a los políticos en una enorme desventaja para conseguir su droga favorita: el poder. Hay un incentivo profundamente potente, entonces, para que el poder político en México esté infectado por el narcotráfico. Y ese incentivo no se va a erradicar por sí mismo. Ningún político al que le interese su carrera profesional se va a poner conscientemente en la posición exacta de arruinarla: la fuerza que lo saque de ese ciclo tiene que venir desde fuera. Por eso la política mexicana está condenada, y por eso no puedo creerle a ningún político profesional que no hable derecho y claro sobre la influencia del dinero del narcotráfico en el gobierno. Ninguno lo hará, así que las únicas esperanzas están en la sociedad civil.
Pero, en una sociedad domada por la propaganda y dividida por ella, que todavía cree en un sistema disfuncional y no acepta su realidad como país en guerra desde hace al menos 15 años, esa esperanza no podrá materializarse. Hay tantas conversaciones que tener, y ni siquiera estamos teniendo la principal. Ese retraso nos costará quién sabe cuántos años más de violencia.
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